Helou viajeros! Tras nuestro viaje por este país, hoy os cuento todo lo que nos ha transmitido y como ha cambiado nuestra opinión sobre Malasia.
Cierra los ojos y piensa en el sudeste asiático. ¿Lo tienes?
Quizás te hayan venido a la mente las playas paradisíacas de Filipinas. La turística y caótica Tailandia. Los templos de Indonesia. Los paisajes de Vietnam…
Pues te diré una cosa, Malasia no es nada de eso. O lo es todo a la vez, no sé.
Malasia es un cóctel Molotov de culturas y religiones. De clases sociales. Idiomas. Olores y sabores. ¿Os acordáis de las Supernenas?
»Azúcar, especias y muchas cosas bonitas fueron los ingredientes elegidos: ¡¡así nacieron las Supernenas!!
Pues así nació Malasia también.
Para que entendáis esta comparación os contaré brevemente, y a mi manera, la historia de Malasia.
El territorio, entre los siglos VII y XIII estuvo en constante dominio de diferentes imperios asiáticos. En el sudeste se han peleado todos con todos, igual que muchos de ellos han pertenecido al mismo reino o imperio.
Una muestra del follón de imperios es el idioma. El malayo es una lengua que se usa, además de en Malasia, en Singapur, Brunei, Tailandia e Indonesia. De hecho, el indonesio nación como dialecto del malayo.
Y a su vez, el malayo está compuesto también por muchísimas palabras de otros idiomas que han pasado por allí. Que yo no lo hablo, pero pinta de fácil no tiene.
Con tanto batiburrillo de imperios asiáticos, en algún momento de su historia, Malasia fue un país budista, dejando así, en parte de la población esa cultura y religión.
En la película aparecieron los Sultanes, hombres de familias importantes que quisieron manejar el cotarro. Como apareció más de un sultán, más o menos se dividieron el territorio en diferentes sultanatos, que a día de hoy siguen existiendo con pequeñas diferencias, siendo uno de los primeros el de Malaca.
En esta época ,fueron los sultanes los que implementaron el islam como religión »estatal».
Todo genial por allí, con sus sultanes, sus enfados con los países vecinos, con mucha población china e india dedicándose al comercio y sus cosicas, hasta que en Europa se dieron cuenta de la posición territorial tan buena que tenía Malasia y el comercio que podían crear por allí. Pa que más.
Por aquel entonces, tener una colonia en Malasia era como tener la chaqueta amarilla de Zara. Un must have de temporada, así que por allí pasaron unos cuantos.
Los primeros en invitarse ellos mismos fueron los portugueses, conquistaron Malaca y allí se instalaron.
Después vinieron los holandeses, y más tarde los ingleses, siendo estos últimos los que más tiempo estuvieron en el país y los que más territorios abarcaron.
Pero ahí no quedaba la cosa, que aprovechando que los ingleses estaban despistados tras la segunda guerra mundial, llegaron los japoneses a quedarse con Malasia.
Tantos follones a los malayos le tocaron las narices, así que empezaron a planear su independencia, que finalmente se declaró el 31 de agosto de 1975. Una buena fecha, por aquello de empezar ya con todo el septiembre, como con la dieta, el cole o un país nuevo.
En ese momento, también formaba parte del territorio Singapur, pero ellos finalmente decidieron ir a su rollo por otro camino, siendo a día de hoy países muy diferentes.
Con todo este lío, uno llega a Malasia y no entiende nada.
Recuerdo nuestro primer día en el país, cogíamos el monorail de buena mañana en Kuala Lumpur. Compartíamos vagón con mujeres que llevan hijab y visten con ropas que les cubrián hasta los tobillos y de manga larga. Compartimos vagón con hombres que usaban túnicas y llevaban una Taqiyah en la cabeza, un gorro que suele usarse para orar.
También compartimos vagón con una mujer india vestida con sari y un bindi adornando su frente.
Compartimos vagón con una señora de rasgos asiáticos, que leía en su móvil algo en alfabeto chino.
Y ahí estábamos nosotros, admirando la tan inmensa diversidad que teníamos en pocos metros cuadrados. Y ahí estaban todos ellos, compartiendo país, ciudad, vagón y su día a día. Sin miradas incómodas. Sin comentarios acerca de su ropa, sus rasgos o el color de su piel.
Si hay algo que nos ha enseñado Malasia, ha sido el respeto ya la tolerancia que tienen las diferentes culturas y religiones entre ellas.
Podíamos ver templos hindús cerca de templos budistas o taoístas, o cerca de mezquitas. Todos ellos disfrutando la religión a su manera sin entorpecer al otro. Sin duda, Malasia es un país de contrastes.
No podemos negar que es un país multicultural, pero no se nos puede olvidar que es un país musulmán. Y eso dice su constitución.
Así que ahí estábamos, dos milenials intentando comprender una de las religiones más antiguas del mundo. Y una de las religiones más restrictivas con las mujeres.
Al principio os pedía que pensarais en el sudeste asiático. Ahora pensad en Oriente Medio.
En ir andando y escuchar las llamadas al rezo que salen de los altavoces de las mezquitas. La cocina Halal. Las señales de Kiblat (la palabra malaya para designar en qué dirección está la meca), los baños sin papel higiénico con una manguera y el suelo encharcado.
Malasia es así, una mezcla entre esas dos Asias.
Yo soy mujer y tengo la libertad absoluta de pensar como quiera. De vestir cómo quiera. Y de profesar cualquier religión o ninguna de ellas. Compartir mi vida cómo y con quién quiera, de estudiar lo que quiera, de trabajar de lo que quiera… entenderéis que resulte difícil de entender la perspectiva que ofrece esta religión.
Y aquí es donde algún que otro prejuicio se fue cayendo. Yo, la misma mujer que tiene esas libertades y esa forma de pensar, no ha tenido ni un solo problema en un país musulmán.
Este viaje nos ha despertado un montón de sentimientos contrapuestos.
La inconprensión absoluta al ver a una mujer intentando comer levantando su Niqab cada vez que quería probar bocado.
La sorpresa al pedir un Grab y que nuestra conductora fuera una mujer musulmana.
Las charlas con Bob, nuestro guía en la mezquita Wilayah que se prestó a resolver cualquier duda que se nos pasara por la cabeza sobre el islam.
O las charlas con un conductor musulman en Ipoh, que se quejaba de todos aquellos otros musulmanes que querían venir a Europa para según sus palabras, »dejar de trabajar y conseguir dinero de ayudas» .
Nunca llegaré a comprender muchísimas cosas que me parecen injustas del islam, pero sin duda, este viaje nos ha enseñado a respetar su religión y cultura. Porque a veces intentamos luchar contra lo que a nosotros nos parecen imposiciones, imponiendo nuestra forma de pensar como verdad absoluta. Irónico ¿verdad?
Lo que tengo más claro, es que este viaje nos ha servido para huir un poco de la islamofobia que cada vez crece más en occidente. Y me alegro infinitamente de haber visitado un país como Malasia para poder romper con los prejuicios que sin saberlo llevábamos de casa.
Aunque la multiculturalidad no es el único contraste que tiene Malasia, también hemos podido ver el gran contraste entre riqueza y pobreza. Que no os engañen, Kuala Lumpur no es Malasia. De hecho, ni Kuala Lumpur es la imagen que intentan dar de ella.
Es un país que va creciendo, pero aún arrastra muchas desigualdades económicas.
No recuerdo haber visto en ninguna ciudad tanta gente sin hogar como en Kuala Lumpur. Ni tantos centros comerciales con tantas tiendas de lujo.
Malasia es un país donde prácticamente no existen las aceras. Puedes encontrarte cualquier tipo de animal, con 4 patas o con 8, que vuele o que camine. Donde las casas necesitan rehabilitación y las calles apestan a Durian.
Pero Malasia también es ese país trabajador. Un país que despierta al turismo y donde cada día se esfuerzan más para ser un destino para más gente.
Un país donde te miran con curiosidad. Y siempre te preguntan de dónde vienes y piden que les cuentes más cosas. Es un país donde nos han tratado genial todos y cada uno de los días.
Malasia, con su capital caótica y la selva más antigua del mundo. Sus ciudades históricas y sus plantaciones de té. Sin olvidar sus islas paradisíacas.
Los malayos son gente tranquila, con ritmos del sudeste asiático, lo que te enseña a bajar una marcha. A veces cuando venimos de una gran ciudad nos revolucionamos de más, como los coches.
Malasia es un país con muchas universidades, hospitales y ministerios. Incluso recientemente han creado un ministerio anticorrupción.
Los malayos están orgullosísimos de su país y su bandera. Ríete tú de los americanos. Yo juraría que he visto millones y millones de banderas malayas. En casas, negocios, calles, farolas, árboles…
Y todos con sus diferentes culturas y religiones, sintiéndose parte de un mismo país.
Porque convivir con distintas culturas no empobrece ni pone en riesgo de extinción la tuya. Quizás incluso acabe enriqueciéndola.
Podría seguir explicando todo lo que Malasia, de un modo u otro nos ha regalado, pero sería interminable. Además para que leerlo, si podéis ir a comprobarlo vosotros mismos. Seguro que estarán encantados de recibiros.
Terima Kasih Malasia. Gracias por ofrecernos tal espectáculo de colores, olores costumbres, culturas y religiones.
Nos venimos más ligeros de prejuicios y más ricos de experiencias.
Pst Pst! Aquí puedes encontrar el siguiente post de nuestro viaje por Malasia. Nuestra ruta de 24 por dos países del sudeste asiático.